En una coyuntura social y
económica en la que las continuas agresiones –a los derechos sociales, al
territorio, a la lengua, a la cultura, al patrimonio- siguen siendo el triste
pan de cada día, no consigo sustraerme a la idea de que un hombre mate a su pareja
porque sí, ya sea a causa de los celos, la ira o el sentimiento de posesión. El
último caso acaecido en Artà, en el que Margalida Perelló moría desangrada como
consecuencia de las puñaladas que le asestó su exmarido, constituye el primero
–y esperemos que el último- caso de violencia machista en nuestra Comunidad en
este año apenas recién estrenado.
Vaya
por delante nuestro pésame y solidaridad con los familiares de la víctima, una
persona jovial y alegre, muy querida por todos sus amigos y vecinos. La
localidad de Artà ha sabido reaccionar con prontitud, convocando una
concentración a la que acudieron centenares de personas que quisieron así
sumarse a la repulsa producida por ese deleznable y cobarde crimen. Otra vez,
para variar y según las informaciones, el presunto asesino era un hombre
cordial y amable, igualmente apreciado por el vecindario, cuya conducta no
parecía presagiar para nada la tragedia que se cernía sobre la pobre Margalida.
Un guión que, desgraciadamente, se repite una y otra vez cuando de episodios de
violencia de género se trata, y ante los cuales rara vez el agresor siente
algún tipo de mala conciencia o remordimiento por la vil acción perpetrada.
Ello no obstante, persiste una preocupante tolerancia
hacia ese tipo de violencia, cuyas cifras alcanzan año tras año proporciones de
verdadero escándalo social. En algunos foros y conferencias en las que he tenido
oportunidad de participar salta invariablemente la misma pregunta: “De acuerdo,
es un hecho lamentable, pero ellas también agreden y maltratan a sus parejas”.
Ante ese argumento esgrimo siempre la estadística, una ciencia objetiva y con
poco margen para las interpretaciones más o menos interesadas: cada año decenas
de mujeres mueren a manos de quienes, paradójicamente, afirman que las aman más
que a cualquier cosa. De la misma manera considero del todo reprochable la
ambigüedad de ciertos grupos de hombres que, amparándose en un perverso
concepto de la igualdad, asisten a las convocatorias de duelo por las víctimas
con lemas del tipo “No a cualquier
violencia de género”, con lo cual pretenden poner en la misma balanza a hombres
y mujeres cuando de agresiones y maltratos se trata, algo que repugna a la
objetividad y análisis que requiere tan delicada y trágica cuestión.
Porque ese es en definitiva el sentimiento que
experimentamos las personas que, desde diversos ámbitos y asociaciones,
trabajamos por una sociedad más justa e igualitaria ante esa lacra que parece
no tener fin: una repugnancia y rechazo infinitos, no solamente hacia los
asesinos sino también hacia quienes con sus actitudes amparan u obvian
interesadamente esas actitudes machistas y claramente reaccionarias. Hoy lunes,
esta vez en Palma, tenemos una nueva ocasión de manifestar nuestra repulsa ante
este nuevo acto de violencia de género que se ha llevado por delante la vida de
Margalida. Y lo haremos como siempre silenciosamente, con el respeto que
merecen todas las mujeres que han muerto básicamente por ser eso, mujeres en
una sociedad en la que algunos hombres –bastantes, por lo que parece- les
niegan aún el derecho a ser quién son, a tratarlas como meros objetos de su
propiedad, cosificándolas y relegándolas a la categoría de seres abyectos,
culpables de todas sus desgracias y frustraciones. Lo dicho: un escándalo social,
se mire por donde se mire.
Miquel Àngel Lladó Ribas
(Presidente
de Homes per la Igualtat)
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